
LA ADOLESCENCIA
La palabra adolescencia deriva del latín adolescere, que significa crecer. Por tanto, el adolescente, el adolescens, es el que está creciendo.
Y precisamente eso es lo que hacen nuestras hijas e hijos cuando dejan atrás la niñez, y entran en la adolescencia. Están creciendo, con todo lo que ello implica.
Sus cuerpos cambian con la llegada de la pubertad: niños y niñas comienzan a desarrollar aquellas características físicas que poseemos los adultos. Y de la mano de estos cambios visibles, las hormonas se despiertan, y aparece un nuevo interés por el cuerpo propio, y por el del otro sexo, que empuja a chicas y chicos a sus primeros contactos eróticos o sexuales, solos o acompañados.
Y también cambia su identidad; de hecho es el cambio más importante, y que en ocasiones trae de cabeza a los padres, y a los propios jóvenes.
Y es que el adolescente vive un auténtica revolución: todo o casi todo lo que antes servía, pasa a ser cuestionado o directamente rechazado. Aquellas cosas que antes disfrutaba, las cosas que prefería, las relaciones que cuidaba o valoraba, dejan de ser tan importantes y se cuestionan. ¿Por qué sucede esto? A medida que se desarrollan como personas, su deseo y necesidad de ser individuos únicos y propios les lleva a no aceptar lo dado, lo que venía siendo, como la única opción. Por eso cuestionan, desobedecen, o hacen cosas que nunca habían hecho, que ni imaginábamos posibles (desafíos a las normas, tabaco, no ir a clase, nuevas aficiones…). No aceptar lo de siempre, implica buscar nuevos paradigmas, es decir, poner cierta distancia con papá y mamá, que dejan de ser los principales referentes, y explorar otras identificaciones, como son los amigos (los iguales) o ciertos estereotipos sociales.
Como toda revolución, hay una transformación, que culmina en un nuevo orden, en una nueva organización, o en un modo diferente de funcionar. Este camino a veces no es fácil. Hay momentos de mucha incertidumbre e inseguridad, de cambio y transición, de contradicción, de lucha contra uno mismo y contra el exterior… Cada adolescente hace su proceso y puede vivirlo con más o menos emotividad. Pero hay que estar atento a que el proceso se produzca, porque de lo contrario, la persona no estaría creciendo, no estaría siguiendo el desarrollo natural de un adolescente. Si no se hace un individuo propio y diferente de los padres, si no hay una transformación, esto puede suceder cuando sea un adulto, y tener consecuencias poco deseables.
El protagonista es el joven, pero en la función no podemos olvidar a los padres. Mamá y papá tiene un papel esencial, y es el de ser apoyos en ese proceso de cambio. Muchas veces, como padres, no aprobamos lo que nuestras adolescentes hacen, o tememos lo que les puede pasar si deciden tal cosa u otra, y hay quién opta por la vía de la norma y la prohibición. Y está bien poner límites, siempre que nos guíe la voluntad de proteger y enseñar, y no la imposición y el inmovilismo. Es difícil pretender que las normas que antes funcionaban lo sigan haciendo, y corremos el riesgo de ahogar el proceso de “hacerse individuo” que está viviendo el joven si no cedemos en algunas cosas. El equilibrio ideal se obtendría entre el límite y la comprensión, entre proteger y dejar errar al joven para que aprenda y se responsabilice.
En momentos en que estemos nerviosos o preocupados, es útil recordar que nosotros también vivimos la adolescencia, y que gracias a esa etapa hoy estamos aquí, pero desde el otro lado.
Des del Centro de Terapia Psicológica Kairós, podemos dar el soporte necesario al joven, a los padres, o a toda la familia en conjunto, para que esta importante etapa de la vida se transite de la mejor forma posible.
Write a Comment